Seis claves contextuales para entender el 31 de Mayo

Columna de Cristián León González, Curso 2 Federación de Hombres. Publicada originalmente en Revista Vínculo mayo 2024.

Estamos prontos a celebrar los 75 años del 31 de Mayo, el fundamental tercer hito de la historia de Schoenstatt. Advierto, de partida, que lo que escribiré estará lejos de la corrección política hoy tan en boga, pero lo aquí dicho creo que es necesario tener muy en cuenta. Esta celebración tiene especial relevancia porque a 56 años de la partida de nuestro fundador, José Kentenich (P. Kentenich) 1885-1968, la Familia ha comenzado a evidenciar rasgos de evidente desvinculación a la tercera fuente de contacto de Schoenstatt, que es el propio fundador. Y a mi parecer, esto se debe a tres razones.

Primero, porque aquellos que lo conocieron y fueron fuente de transmisión de primera mano del mensaje y carisma del P. Kentenich, en su gran mayoría ya han partido a la casa del Padre Dios.

En segundo lugar, a una evidente falta de trabajo intelectual para acercarse al pensamiento P. Kentenich quedándose más bien en la piedad y devoción mariana, y a una recepción “pasiva” del carisma” a través de las otras dos fuentes de contacto: la Mater y el Santuario, faltando el principio orgánico de vincular las tres. Huelga decir que el marco conceptual de Schoenstatt dista también de ser fácil o simple.

En tercer lugar, a las relativamente recientes publicaciones de la teóloga Alexandra von Teuffenbach (2020) y que “causó gran conmoción en esferas eclesiales por una supuesta culpabilidad del padre Kentenich en casos de abusos” como prologa Rodrigo Moreno el libro del P. Patricio Moore. Si bien las dos primeras razones ya eran suficientemente urgentes de atender, la tercera vino a ser como un corolario que alejó aún más la figura y mensaje del fundador de Schoenstatt.

Creo que la fecundidad de Schoenstatt para este tercer milenio pasa por restaurar la figura y el mensaje, el carisma y el contenido que le dio José Kentenich. Si la Familia de Schoenstatt no vuelve a orientarse hacia sus principios y fundamentos que le dieron origen, arraigarse a su historia y comprometerse con las banderas que enarbolaba el P. Kentenich, pasaremos a ser una espiritualidad intrascendente y con fecha de caducidad en el corto o mediano plazo.

No es el objetivo de esta columna indagar en los contenidos o en el texto de la Carta del 31 de Mayo, sino en algunas pocas claves que permitan comprender su contexto y pretexto. ¿Qué llevó al P. Kentenich redactar la Epístola perlonga y cómo fue madurando en él la decisión de hacerlo? Para ello es necesario refrescar sus vivencias previas y los acontecimientos mundiales que conformaban la atmósfera psíquica de la época, sobre todo en Alemania y en la Iglesia. También trataremos de interpretar el mundo interior que elaboraba el P. Kentenich y los hábitos mentales de quienes lo visitaron. Espero no cometer demasiados errores y sí arrojar luz sobre estos puntos en las vísperas de tan significativa conmemoración y renovación del 31 de Mayo en la Familia de Schoenstatt.

1.      El significado del Jardín de María

     En vísperas de la Navidad de 1941, la Hna. Mariengard, una hermana de la comunidad de las Hermanas de María del Hospital San José de Coblenza le escribe una carta al Niño Jesús pidiendo el milagro de la liberación del P. Kentenich de la cárcel. Esta carta, que expresaba gran cariño y ternura filial hacia el Padre, fue entregada a la Madre Superiora de la comunidad que la hizo llegar al P. Kentenich en la cárcel. El padre le llama cariñosamente Mariengarten (Jardín de María) aludiendo al simbolismo medieval del Hortus conclusus o Jardín cerrado, que significaba la Iglesia y la vida espiritual personal; y le responde: “Cumpliré tu deseo cuando tu corazón y el corazón de toda nuestra Familia se haya convertido en un floreciente Jardín de María”. Esto despliega un heroico esfuerzo de santidad en la comunidad, que redundará en una íntima solidaridad de destinos que más tarde se asumirá en toda la Familia de Schoenstatt.

     El Padre quedará muy tocado por esta corriente del Jardín de María, pues se dará cuenta de que esa es la “nueva comunidad” que él sueña con forjar en Schoenstatt, pues esa es la respuesta que se quiere dar a nuestro tiempo, donde campea el colectivismo, el individualismo y el secularismo materialista. El P. Kentenich se da cuenta de que el amor y solidaridad humano están íntimamente unidos al amor y solidaridad en el plano sobrenatural. Es el ideal mariano de la humanidad, que tiene su fundamento en el paraíso, que haya su consumación en la Santísima Virgen, y para que, por medio de una alianza de amor con ella, formemos al hombre nuevo en la nueva comunidad. El espíritu de esta nueva comunidad consistía en “estar el uno en, con y para el otro”. Así la entrega filial de la comunidad al P. Kentenich era un símil de la entrega filial al Padre Dios en Cristo. Su intuición metafísica encontraba una encarnación real en la solidaridad de destinos en la vida de la Familia de Schoenstatt. El estremecimiento ante esta revelación no lo olvidaría y luego de su regreso del campo de concentración, el fundador, proclamase con entusiasmo este ideal.

2.     El 20 de enero de 1942: el paralelo Wannsee – Dachau

     En septiembre de 1941, la Gestapo detiene al P. Kentenich y lo retiene en el cuartel de la Gestapo en Coblenza. El día 20 de enero el P. Kentenich renuncia, voluntariamente y por amor a los suyos, a firmar el documento que podía liberarlo de tener que ser conducido al campo de concentración de Dachau. Ofrece su libertad exterior a cambio de la libertad interior de los hijos de Schoenstatt, él sinceramente cree que ésa es la voluntad de Dios. Ese mismo 20 de enero de 1942 se reúnen catorce altos funcionarios gubernamentales de Alemania y los  jerarcas nazis de la SS, liderados por el jefe de la Oficina central de seguridad del Reich, Reinhard Heydrich en la Conferencia de Wannsee, por el suburbio berlinés de Wannsee, donde se firmó el acuerdo por el que se implementó y garantizó la cooperación gubernamental para la Solución final a la cuestión judía, por la cual la mayoría de los judíos de la Europa ocupada por los alemanes serían deportados a la Polonia ocupada y posteriormente asesinados. La sincronía de los horrores y las consecuencias que tiene firmar o no firmar un documento que… “deciden su aflicción o acrecientan su dicha”. 

     En Dachau, por otra parte, entre 1938 y 1945 fueron deportados a este campo de concentración 2.579 sacerdotes, seminaristas y monjes católicos; junto a 141 entre pastores protestantes y sacerdotes ortodoxos. De ellos, 1.034 murieron en el campo. Un libro escrito en 2015 por el periodista Guillaume Zeller, en el marco de la conmemoración de los 70 años del cierre del campo de exterminio en Auschwitz y otros lugares de Europa, titulado «La Barraca de los sacerdotes, Dachau, 1938-1945», donde afirma que quedó impresionado por la «dignidad asombrosa (de los sacerdotes), mantenida a pesar de los esfuerzos de las SS por deshumanizar y degradar a los prisioneros», provenientes de todas partes de Europa: Alemania, Austria, Checoslovaquia, Polonia, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Francia e Italia. Zeller afirmó que «el campo de Dachau sigue siendo el mayor cementerio de sacerdotes católicos en el mundo», los cuales pudieron preservar su humanidad gracias a «la armadura de la fe». Dachau no era cualquier lugar. El P. Kentenich era muy consciente de ello.

     En ese “infierno de Dachau”, espejo y concreción de lo que puede ser la degradación, la crueldad y la desesperación humana, el P. Kentenich irá elaborando esclarecidamente la posición de él mismo como fundador y cabeza de la Familia, y del indisoluble entrelazamiento de destinos entre él y los suyos. Esto condujo a una extraordinaria conciencia y profunda convicción de la unidad entre el P. Kentenich y su obra, y del marcado carácter sobrenatural de Schoenstatt como obra e instrumento al servicio de Dios. Por otro lado, la Familia se mantuvo fiel en su esfuerzo por ganar la santidad y obtener la libertad interior por la libertad exterior del otro. La conciencia de responsabilidad mutua por el destino del otro se traspasó al plano sobrenatural, redundando en un mayor bien para todos. La corriente del Jardín de María y la experiencia brutal de Dachau quedarían para siempre así unidas.

     Tanto es así como marca esta vivencia al P. Kentenich, que cuando inicia el proceso de internacionalización de Schoenstatt “se introdujo un cambio en el método y la manera de vivir” como el mismo escribió. “El ‘plan’ se había modificado y por ende hubo de modificarse también mi modo de proceder”. Después de esa intensa y profunda experiencia y conciencia del amor natural y sobrenatural experimentada por el P. Kentenich y la Familia, no dejará indiferente al prisionero 29392 cuando obtenga la liberación al finalizar la guerra. ¿Acaso puede un hombre olvidar esa excepcional vivencia? De ningún modo. Sin embargo, esa experiencia vital será cuestionada y desencadenará la visitación canónica a Schoenstatt.

3. La psicología y pedagogía de las causas segundas

     En los tiempos fundacionales de Schoenstatt, el P. Kentenich se encargó de dejar siempre muy claro que él se mantendría siempre en un segundo plano, por ello evitaba ser fotografiado. En sus discursos y pláticas hablaba siempre de “Schoenstatt” y nunca de sí mismo, incluso cuando se refiriese a su pensamiento y labor en la obra. Las fuentes o puntos de contacto eran exclusivamente la Mater y el Santuario. Él no aparecía. Esto cambió sustancialmente con el “acontecimiento axial” del 20 de enero de 1942. Entendió, a la luz de estos sucesos, que, en el plan de Dios, él debía ponerse en primer plano, y proponer un tercer punto de contacto con Schoenstatt, que era la vinculación a su persona. En otras palabras, poner al fundador al centro. Esto que a algunos pueden parecerle extraño aún hoy en día, tiene su significado más profundo en la solidaridad de destinos y el organismo de vinculaciones, que experimentó radicalmente en Dachau.

     Esto no era nuevo, pues la Teología de las Causas Segundas, había pasado a ser un tesoro de la Iglesia con Santo Tomás de Aquino (1224-1274), complementando la Teología de la Causa Primera elaborada por San Agustín de Hipona (354-430) ochocientos años antes. Lo novedoso era que el P. Kentenich lo elaboraba desde la psicología, pedagogía y espiritualidad de las causas segundas.

     Pensemos que estamos en una época donde la psicología está tratando de validarse como ciencia y tener carta de ciudadanía dentro de la comunidad científica. Freud y Jung hicieron todo lo que estaba en sus manos para conseguirlo. No obstante, el P. Kentenich reprocha con dureza a Freud (1856-1939), por el hecho de intentar elaborar una antropología a partir de la patología mental del ser humano, pues ese era el universo de pacientes que acudían a su consulta. Kentenich afirma que él ha visto más personas que Freud y que se puede y se debe elaborar una antropología a partir de la psicología del hombre sano, tanto en sus vinculaciones, con él mismo, con los demás, con Dios y con el resto de las cosas. Esta vinculación presuponía tres condiciones: sana, madura y esclarecida. La vinculación infantil o “primitiva” era un riesgo constante a tener en cuenta.

     Quizás este afán por que sea reconocido este punto, y por la experiencia obtenida por la abundante dirección espiritual de las Hermanas de María, es posible que uno de los grandes errores que se le atribuyen, es la poca distinción entre terapia y dirección espiritual. Entendible eso sí porque la terapia era una disciplina en ciernes. Hoy, la prueba del tiempo ha dado la razón a la intuición intelectual que tenía el P. Kentenich sobre la psicología de las causas segundas. En dicho tiempo no era nada obvio. Concomitante con esto, también serían criticados el concepto de autoridad y el principio paterno ejercido por el Padre Kentenich sobre la comunidad de las Hermanas.

4. Posguerra y desarraigo

     Después de 12 años del nefasto III Reich y después del holocausto y la desolación de Europa y de Alemania al finalizar la guerra, el pensamiento occidental alemán estaba infectado y su país destruido. El excelente libro de William Shirer, Auge y caída del Tercer Reich afirma: “Después de doce años, cuatro meses y ocho días –época de tinieblas para cualquier otro país que no fuera Alemania– el Reich ‘invencible’ se derrumbaba en una sombría noche. Este gran pueblo lleno de recursos, pero tan fácil de extraviar se había alzado hasta la cima de una potencia conquistadora sin igual en el curso de su existencia. Pero conoció un hundimiento repentino, tan completo como pocos había habido en la historia”. Vendría el tiempo de la reinvención de Alemania, de su catarsis y búsqueda de redención después de irrumpir los sentimientos de horror y vergüenza. Adorno escribiría en 1949 “escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”. Prosigue Shirer: “En la primavera de 1945, el III Reich cesó pura y simplemente de existir. No había ya autoridad civil ni militar. Los millones de soldados, aviadores y marineros se habían convertido en prisioneros de guerra en su propio país. Los millones de civiles, hasta en los menores pueblos, estaban gobernados por las tropas de ocupación, de las que dependían no sólo en el plano de la organización cotidiana, sino también –a lo largo de aquel verano y del terrible invierno de 1945– para la alimentación y los combustibles que les permitirían subsistir. Eran víctimas, no sólo de las locuras de Adolf Hitler, sino de su propia ceguera, que les había empujado a seguirle con entusiasmo”. Citando e libro del P. Moore: “El mismo José Kentenich abandona entre escombros, en abril de 1945, el campo de concentración de Dachau y afirma que el dolor humano que han dejado las ruinas de la guerra es inconmensurable. El desarraigo total de millones de refugiados, sin hogar, sin patria, sin futuro, sin padres, sin comida y sin dignidad constituyen un infierno aun mayor y una realidad dramática”. No deja de sorprender que, en febrero del año 1949, a menos de cuatro años del final de la devastadora II GM, el episcopado de Tréveris ya esté en condiciones de hacer una visitación a Schoenstatt. Cito nuevamente al P. Moore: “no deja de impresionar cómo este continente europeo se recupera tan rápidamente después de 1945, no solamente desde el punto de vista económico, sino que, sobre todo, desde su alma profundamente herida”, luego “El estudio de la Visitación vaticana al Movimiento de Schoenstatt, que investiga hechos ocurridos en Roma y Alemania entre 1950 y 1953, se comprende mejor analizando algunas características de ese tiempo de Recuperación de Europa”.

     Recordemos que el año 1946 se señala como el año de comienzo de la Guerra Fría que dividirá a Europa en dos bloques, y que por el corazón de Alemania pasará el Telón de Acero que generó dos bandos y dos sistemas políticos irreconciliablemente opuestos: la OTAN y el Pacto de Varsovia. También hay que señalar que el 29 de agosto del mismo año 1949, la URSS detonaba con éxito su primera bomba atómica. Este ensayo marcó el principio de la carrera de armas nucleares entre las dos superpotencias. En junio de 1952 el P. Kentenich parte desde Chile al destierro en Milwakee (USA). Por otro lado, el 5 de marzo de 1953 moría el controvertido Stalin, quien había convertido a la URSS en una potencia mundial con un crecimiento vertiginoso que nunca consiguieron los jefes de estados posteriores. Catorce años después, mientras se llevaba a cabo la última sesión del Concilio Vaticano II, el P. Kentenich es llamado a Roma. Y el 22 de octubre de 1965, el Papa Paulo VI firma el decreto del Santo Oficio que implica la rehabilitación del P. Kentenich. El 22 de diciembre le recibe en audiencia especial. Los grandes acontecimientos de la historia y destino del P. Kentenich están íntimamente ligados con su tiempo y el devenir de Occidente. Por otro lado, durante el exilio, el impacto de las medidas que tomó el Santo Oficio respecto al fundador, tuvieron gran repercusión en el Movimiento. Las comunidades tuvieron que replegarse y desarrollarse en condiciones precarias y la tensión con los Pallottinos aumentó.

5. El diálogo entre un metafísico y un teologo dogmático

     Las razones del exilio son ya parte del texto y no del contexto propiamente tal, pero aquí me quiero referir a ciertos aspectos psicológicos y espirituales que animaban al P. Kentenich a actuar tan decidido frente a las cuestiones que se le criticaban. En menor medida, tratar de establecer, en esa línea, el porqué de la pugna con el P. Sebastián Tromp.

     Sostengo que uno de los motores fundamentales del P. Kentenich era armonizar e integrar su cuádruple vocación tanto de psicólogo, pedagogo, filósofo como de metafísico, para poder actuar con certeza y convicción ante la realidad cambiante del mundo. Esto se nota muy fuertemente tanto en cómo va organizando y articulando el Movimiento, haciendo correcciones, cultivando el espíritu y la libertad bajo una sana autoridad, como en su actitud de escrutar el tiempo, ver los principios que subyacen tras estas lógicas, ver los rasgos de Dios encarnados en las personas y en la creación, en las leyes que rigen el actuar de Dios y cómo comparecen en su plan de salvación. Todo esto sintetizado en la maravillosa frase “la mano en el pulso del tiempo, el oído en el corazón de Dios”. Es importante comprender que el cultivo de estas cuatro actitudes, de modo simultáneo, no es común, ni siquiera dentro del clero o del ámbito de las comunidades religiosas.

     Cómo él mismo afirmara “con su capacidad de empatía extraordinariamente fuerte y diversificada, el psicólogo que hay en mí registró con sumo cuidado y fidelidad todas las mociones y deseos del otro, los conscientes e inconscientes, los buenos y los malos. Procedió así tanto frente al alma individual como a la comunitaria. De este modo se produjo (…) una cercanía espiritual admirablemente propicia para la apertura, (…)”. Y continúa: “Y el filósofo que hay en mí se encargó del polo opuesto: la lejanía espiritual. Un filósofo que se manifiesta como un metafísico arraigado y anclado en el más allá, en lo absoluto, en lo eterno, en lo infinito: en el Dios Trino. Un arraigo y anclaje religioso que a su vez es don de Dios, es de alto grado e indestructible”. Todo esto se sintetiza y armoniza en la ley de tensiones creadoras: “Así pues se genera una tensión polar entre cercanía y lejanía espiritual que opera continuamente. Esta tensión se rebeló siempre como un principio pedagógico muy bendecido”. A continuación, en el mismo texto, establece además la distinción entre el filósofo y el metafísico: “Cuando el filósofo que hay en mí captaba con pureza las ideas de la época, en sus más recónditas raíces, con mira a explicarlas y elaborarlas, entonces el metafísico ordenaba ambas: tanto las mociones como las ideas, remontándolas a los principios fundamentales, principios presentes desde toda la eternidad en el Verbum Divinum y amados desde toda la eternidad en el Espíritu Santo”. Finalmente, el pedagogo aparece para armonizar todo este caudal de realidades: “De ahí que se conviertan en imperativos ético-religiosos que yo, como pedagogo, integré creativamente a un sólido sistema de una piedad tridimensional y a un moderno sistema pedagógico global” (Kentenich, J. Zum Goldenen Priesterjubiläum, 1960).

     Quiero explicar ahora algo muy complejo, pero que debemos hacer el esfuerzo de comprenderlo, pues de este modo podremos intentar advertir qué es lo que defendía el P. Kentenich con tanto ahínco y por qué no le entendía el P. Sebastián Tromp, que me hizo titular este epígrafe El diálogo entre un metafísico y un teólogo dogmático. Lo que sigue, por tanto, es interpretación: el P. Kentenich entiende que el conocimiento metafísico emana de Dios y no del hombre. Por lo mismo logran traducir o describir conocimientos que implican más certezas que cualquier otro tipo de conocimiento de orden sensible. Podríamos decir que la metafísica es una participación directa y activa en el conocimiento divino. Es una intuición intelectual que evidencia una certeza. De allí que el P. Kentenich formulara cada aspecto de la espiritualidad y de la pedagogía de Schoenstatt con términos tales como principios y leyes. Eso es toda una elaboración de él que nace de sentir que está profundamente arraigado en el corazón de Dios, ya que tiene puesto su “oído en el corazón de Dios”, como también lo formuló. De allí que la tesis central del magnífico estudio que hizo el P. Patricio Moore lo formulara con que el P. Tromp veía el Árbol y el P. Kentenich miraba el Bosque. Por eso el pensamiento y el universo del P. Kentenich es tan simbólico y descriptivo, pues las proposiciones metafísicas son así. En cambio, la proposición filosófica es racional y dialéctica. Ahora la Teología interpretará esas verdades de orden metafísico o de carácter universal en lenguaje dogmático, para hacerse accesible a la mayoría de las personas.

     ¿Pero cómo el P. Kentenich lograba dilucidar si esto no eran meras interpretaciones, ensoñaciones o elaboraciones suyas, sino que emanaban directamente de Dios? Pues porque las verdades de orden metafísico se exteriorizaban en su forma más evidente en el plano material, sensible, estético; pues este plano sensible permite expresar las realidades, leyes y principios más elevados. El P. Kentenich sabía de la estricta correspondencia entre el mundo sensible y el inteligible, entre lo trascendente y lo inmanente, entre la naturaleza y la Gracia, en la colaboración de lo humano y lo Divino, en definitivo en la relación de la Causa Primera con las causas segundas que hablamos. De allí que fuera muy enfático en escrutar las Voces de Dios: del ser, del alma y del tiempo. De allí también la necesidad de la comprobación empírica con la resultante creadora y la ley de la puerta abierta y tantas otras leyes de transferencia o transmisión orgánica. ¿Logramos entender entonces por qué el P. Kentenich defendía sus tesis con tanta fuerza, incluso con tanta porfía? ¿Se entiende por qué él decía que le interesaba, por, sobre todo, canonizar la Verdad? ¿Se entiende el porqué del tono apologético de la Epístola Perlonga? Ciertamente todo ello le iba a jugar en contra si su contraparte se movía a nivel dogmático, racional y dialéctico. Que fue lo que efectivamente sucedió.

6. Sebastián Tromp y el esquema eclesiológico previo del Concilio Vaticano II

     La pugna llevada a cabo entre el P. Kentenich y el P. Tromp era una especie de modelo fractal en pequeño de la tensión imperante en la Iglesia sobre la necesidad de nuevos vientos eclesiológicos, es decir, a nivel doctrinal se requería una nueva práctica eclesial para aquellos tiempos. Dicho de otro modo: la exhortación conciliar debía discernir los signos de los tiempos, pues exige a la Iglesia una constante vigilancia y capacidad de adaptación para dar respuesta a las exigencias de los hombres de cada momento histórico.  Una tensión creadora que debía tener un sutil juego entre Orientación (a los principios) y Adaptación (a los nuevos tiempos). Básicamente lo mismo por lo que luchaba el P. Kentenich en otro plano.

     Sebastián Tromp (1899-1975) era un sacerdote y teólogo jesuita holandés que enseñó durante muchos años en la Universidad Gregoriana de Roma, ciudad en la que murió en 1975. Se especializó en la Teología del Cuerpo Místico. Él fue autor principal del primer borrador del documento sobre la eclesiología para el Concilio Vaticano II, así como responsable de buena parte de otros borradores rechazados. Su propuesta fue trasquilada en la comisión preparatoria. Tromp fue uno de los teólogos que lideraron el grupo más conservador del Concilio. Los obispos que fueron al Vaticano II rechazaron los esquemas eclesiológicos presentados por la Comisión preparatoria por considerar que ofrecían una imagen de Iglesia triunfalista, clerical y juridicista. En realidad, esta imagen era la que desde siglos prevalecía en los tratados de Iglesia y en la praxis eclesial cotidiana. Esa visión que defendía el P. Tromp era con el lente con el que juzgó la obra de Schoenstatt y a su fundador. Aún nos preguntamos ¿por qué la visitación fue realizada por un Visitador y no por una Comisión? Se hubiese evitado el sesgo, que fue crucial.  Es claro aquí… punto para el P. Kentenich. No me extenderé por cuestiones de espacio, pero sólo afirmar que los profetas son adelantados a su tiempo, marcan la ruta de los nuevos horizontes que vendrán, y eso les vale ser incomprendidos en su propio tiempo, Kentenich lo sabía muy bien: misión de profeta trae suerte de profeta.

Conclusiones

     De modo muy preliminar, a partir de lo antes expuesto, creo que esta celebración de los 75 años de la Misión del 31 de Mayo, es imperativo vincularse afectiva y efectivamente con la figura del P. Kentenich, haciendo una relectura sopesada de su persona y su legado. Esto ayudará a tener una relación más madura con nuestro fundador y pasar de una filialidad espontánea a una filialidad probada. Los tiempos actuales exigen la renovación total y plena vigencia de la Misión del 31 de Mayo: la cruzada del amar, pensar y vivir orgánico, genial formulación síntesis del P. Humberto Andtwanter, y que el P. Kentenich adoptó feliz después.

     Debemos ser conscientes de que estamos en la hora undécima, que significa que casi oscurece. Jesús dijo a sus discípulos: “Nosotros debemos hacer las obras del que me envió mientras es de día; la noche viene cuando nadie puede trabajar” (Jn 9, 4). Hch2, 17-18 nos da una idea de quiénes serán los trabajadores de la undécima hora. De la misma manera que el P. Kentenich salió espiritualmente fortalecido, de manera incalculable y misteriosa, en sus horas undécimas del 20 de enero y del 18 de octubre, nuestra hora undécima puede también favorecer la fructificación y el perfeccionamiento espiritual de nuestra Familia de Schoenstatt. Por eso, permanezcamos fieles. ¡Quedamos en eso!

Scroll al inicio