Columna homenaje a P. Pedro Gutiérrez

Con motivo del cumpleaños número 90 del P. Pedro Gutiérrez quisiéramos compartir la columna de opinión escrita por Bernardo Donoso Riveros, profesor emérito y exrector de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, que fue publicada en el diario El Mercurio de Valparaíso.

En esta columna, escrita a propósito de los 50 años de conmemoración del Golpe de Estado en Chile, el académico destaca la sacrificada labor y humildad que el P. Pedro tuvo para proteger los DDHH y buscar la paz en tiempos de dictadura militar.

Un hombre, un tiempo

Con motivo de la Liturgia Ecuménica que nos reunió el 01 de septiembre pasado en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y cuya motivación era la conmemoración de los 50 años del quiebre de la democracia en nuestra Patria, me correspondió el encargo de recordar a un hombre que sirvió a su prójimo: el Padre Pedro Gutiérrez.

Vivíamos los años de ochenta, tiempos complejos, incluso riesgosos para los que aquí morábamos, donde esta Casa Central era escenario de Chile en su misma puerta. Eran los tiempos de una tierra que estaba alejada de los llamados de los pastores de nuestra Iglesia. Fue la primera vez que muchos de nosotros vimos a este hombre en su plenitud, con su cabellera blanca al viento de Valparaíso. Desde ese día pasó a ser parte de nuestra vida personal e institucional, quedando inscrito en la historia de miles de personas. Cada uno podrá tener un íntimo relato que contar, o un corazón agradecido que sigue palpitando por haber conocido al Padre Pedro Gutiérrez.

Pensamos que el Padre Pedro era una personificación del Sermón de la Montaña que se hizo carne aquí. Las puertas de las cárceles se abrían a su llegada. De sus desordenados bolsillos y su maletín brotaban los dulces y los alimentos que repartía por las calles. De su sueldo, la ayuda esencial. Dio calor al cuerpo de muchos en los días fríos de invierno: su imagen desprendiéndose de su abrigo está presente. Quería dar salida a la angustia de tantos, sin separar a aquel que auténticamente lo necesitaba del que sacaba beneficio de su total entrega. No separar era uno de sus dones.

Exigido tantas veces por tantos, su carácter anunciaba en el color de su cara lo que venía después. No era necesario esperar horas para recibir su visita para abrazarse fraternalmente y volver a caminar juntos. Yo agregaría que a lo mejor entre estos lenguajes, él tenía un don que pareciera perdido en algún país lejano, eso de hablar con fuerza sin ofender al otro, hacer posible toda conversación con firmeza, sin que el honor y la dignidad del otro esté en juego. Le dolía que se confundiera su bondad con debilidad. Y tenía razón: hay que ser fuerte para tener bondad. Hay que ser valiente para ser prudente.

La pregunta sobre la catolicidad y cómo lograr que nuestra Universidad sea testimonio de ella estará, en mi opinión, en cada generación desafiantemente presente, ya que debe ser descubierta todos los días en todos los tiempos. El Padre Pedro Gutiérrez está inscrito en la lista predilecta, su testimonio no sólo hizo la Caridad, sino que también cuidó la gobernabilidad institucional de la Casa. Fue un evangelizador que donó su Fe a muchos que la descubrieron y sintieron la Esperanza en sus abrazos y en sus obras.

Fue un puente que acogió a cada uno de nosotros enseñando de fraternidad. Cuando Dios le llame -como sucederá a cada ser humano- sobrarán los Ángeles que le acompañarán, desde la tierra muchos los ojos que mirarán al cielo, grandes los corazones que dirán: gracias mi Dios por este sacerdote tan sencillo y tan especial que impregnó la historia de este viejo Puerto. Porque siguiendo a su Fundador, tuvo las manos en el pulso del tiempo y el oído en el corazón de Dios. Paz y Vida.

Autor: Bernardo Donoso Riveros, Profesor emérito PUCV

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