Papa Francisco indica tres principios para luchar contra los abusos al interior de la Iglesia

Fuente: Zenit

Entregó estos lineamientos en una reunión que sostuvo a inicios de mayo de este año con los miembros de la Comisión Pontificia para a Protección de Menores.

Hoy en día, nadie puede decir honestamente que no se ha visto afectado por la realidad de los abusos sexuales en la Iglesia. Por eso, en vuestro trabajo, al abordar las múltiples facetas de este problema, me gustaría que tuvierais presentes los tres principios siguientes, considerándolos como parte de una espiritualidad de la reparación.

1. En primer lugar, allí donde la vida ha sido herida, estamos llamados a recordar el poder creador de Dios para sacar esperanza de la desesperación y vida de la muerte. La terrible sensación de pérdida que sienten tantas personas a causa de los abusos puede parecer a veces demasiado pesada. Incluso los líderes de la Iglesia, que comparten un sentimiento común de vergüenza por su incapacidad para actuar, se han visto disminuidos, y nuestra propia capacidad para predicar el Evangelio se ha visto herida. Pero el Señor, que hace surgir cosas nuevas en cada época, puede devolver la vida a los huesos marchitos (cf. Ez 37,6). Por eso, aunque el camino sea arduo y agotador, os animo a no estancaros, a seguir tendiendo la mano, a tratar de infundir confianza a quienes encontréis y compartan con vosotros esta causa común. No se desanimen cuando parezca que poco está cambiando para mejor. Persevera, ¡sigue adelante!

En segundo lugar, los abusos sexuales han provocado lágrimas en nuestro mundo y no sólo en la Iglesia. Muchas víctimas siguen descorazonadas porque los abusos que tuvieron lugar hace muchos años siguen creando obstáculos y desavenencias en sus vidas. Las consecuencias de los abusos pueden producirse entre cónyuges, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas, entre amigos y colegas. Las comunidades quedan destrozadas; la naturaleza insidiosa del maltrato desgarra a las personas y las divide, en sus corazones y entre ellas.

2. Pero nuestras vidas no están destinadas a permanecer divididas. Lo que está roto no está destinado a permanecer roto. La creación nos dice que todas las partes de nuestra existencia están coherentemente conectadas, y la vida de fe incluso conecta este mundo con el mundo que vendrá. Todo está conectado. El mandato recibido por Jesús del Padre es que de todo esto nada ni nadie se pierda (cf. Jn 6,39). Por eso, allí donde la vida está rota, te pido que ayudes concretamente a recomponer los pedazos, con la esperanza de que lo que está roto pueda volver a recomponerse.

Hace poco me reuní con un grupo de supervivientes de abusos que pidieron entrevistarse con la dirección del instituto religioso que dirigía el colegio al que asistieron hace unos 50 años. Menciono esto porque lo denunciaron abiertamente. Eran todos ancianos y algunos de ellos, conscientes del rápido paso del tiempo, expresaron su deseo de vivir los últimos años de su vida en paz. Y la paz, para ellos, significaba reanudar su relación con la Iglesia que les había ofendido, querían cerrar no sólo el mal que habían sufrido, sino también los interrogantes que llevaban dentro desde entonces. Querían que se les escuchara, que se les creyera, querían que alguien les ayudara a comprender. Hablamos juntos y tuvieron el valor de abrirse. En particular, la hija de uno de los maltratados habló del impacto que la experiencia de su padre había tenido en toda su familia.

Reparar el tejido desgarrado de la historia es un acto redentor, es el acto del Siervo sufriente, que no evitó el dolor, sino que tomó sobre sí toda culpa (cf. Is 53,1-14). Este es el camino de la reparación y de la redención: el camino de la cruz de Cristo. En este caso concreto, puedo decir que para estos supervivientes hubo un verdadero diálogo durante los encuentros, al final de los cuales dijeron sentirse acogidos por los hermanos y recobrar un sentido de esperanza en el futuro.

3. En tercer lugar, os exhorto a cultivar en vosotros mismos el respeto y la bondad hacia Dios. La poetisa y activista norteamericana Maya Angelou escribió: «He aprendido que la gente olvidará lo que dijiste, la gente olvidará lo que hiciste, pero la gente nunca olvidará cómo les hiciste sentir. Así pues, sed amables en vuestras acciones, sobrellevando los unos las cargas de los otros (cf. Ga 6,1-2), sin quejaros, sino pensando que este momento de reparación para la Iglesia dará paso a otro momento en la historia de la salvación. El Dios vivo no ha agotado su reserva de gracias y bendiciones. No olvidemos que las llagas de la Pasión permanecieron en el cuerpo del Resucitado, ya no como fuente de sufrimiento o vergüenza, sino como signos de misericordia y transformación.

Ahora es el momento de reparar el daño causado a las generaciones que nos precedieron y a los que siguen sufriendo. Este tiempo de Pascua es signo de que se nos prepara un tiempo nuevo, una nueva primavera fecundada por el trabajo y las lágrimas compartidas con los que han sufrido. Por eso es importante que nunca dejemos de avanzar.

Extracto de noticia publicada por agencia Zenit.

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