Este año, la aldea de La Tirana volvió a transformarse en una ciudad rebosante de fe y devoción, acogiendo a más de doscientos mil peregrinos que llegaron para rendir homenaje a la Virgen del Carmen. Algunos padres y seminaristas del instituto compartieron sus impresiones de esta conmovedora experiencia que pudieron experimentar directamente.
Desde una semana antes, los fieles comenzaron a llegar al templo, ansiosos por saludar a la Virgen o «Chinita» como se le llama popularmente. Durante cuatro días, el padre Marcelo estuvo viviendo de cerca esta profunda manifestación de fe popular. «Fue increíble ver como la aldea, habitualmente con una población de 1.500 personas, se convirtió en una vibrante ciudad de más de 200.000 devotos».
Si bien el P. Marcelo solo estuvo en las actividades previas al evento central del 16 de julio, pudo presenciar en los días precedentes varias celebraciones y actividades religiosas. Desde el 10 de julio, los 207 bailes religiosos federados comenzaron su entrada, creando una atmósfera llena de música, tambores, flautas y trompetas. «Estos bailes son una expresión de gratitud y devoción hacia la Virgen, con cada grupo ofreciendo danzas y cantos llenos de amor y fe«, dice el P. Marcelo.
«Vi la fe viva de un pueblo agradecido que, con fidelidad, viene a visitar a la Virgen. La diversidad de los peregrinos es impresionante: familias, grupos de amigos, mamás con familiares enfermos, y fieles individuales, todos unidos por su devoción. Los grupos de baile varían en tamaño, desde pequeños grupos de diez, hasta grandes agrupaciones de ciento cincuenta danzantes, entran al templo sin bancas para facilitar su ingreso. Con lágrimas en los ojos, cantan y dialogan afectuosamente con la Virgen», añade
El seminarista Rodrigo Fernández, proveniente de México, quedó maravillado con los bailes. «Una de las cosas que más me llamó la atención fue, no solo la cantidad de la gente, sino la diversidad. En todas las cofradías y grupos de danza se veían contrastes entre niños, viejos, jóvenes, adultos, hombres y mujeres y todos portando sus colores, sus instrumentos y bailando al compás de una misma canción. La riqueza cultural de cada una de las danzas, de la música. El despliegue de talento musical era impresionante».
«Es una celebración profundamente religiosa, destacando la sabiduría de llegar al santuario danzando. Los vestuarios, complejos y simbólicos, representan el bien y el mal. Algunos trajes de diablada, con cabezas de diablo y ramilletes a la Virgen de Guadalupe o el escapulario de la Virgen del Carmen, impactan visualmente. Esto refleja una verdad profunda: la fiesta no es un tratado de moral abstracto, sino una experiencia tangible donde cada persona muestra a la Virgen tanto lo bueno como lo malo de su corazón, aferrándose a su manto en busca de amparo«, agrega el seminarista.
El 16 de julio en La Tirana: el Día de la Virgen del Carmen
La vigilia del 15 de julio y la gran fiesta del 16 de julio incluyeron una procesión que recorrió las calles de la ciudad. Este año, el recorrido se realizó por el norte del pueblo. Éste va variando cada año según dicta la tradición.
«Fue una fiesta muy bonita, llena de baile. Es impresionante como llegan todas las cofradías, como bailan todo el día, algunas que incluso bailan por 6 horas o más. Es brutal. Ahí se ve la fe de la gente. Destaco también un momento más espiritual, muy bonito, que fue en la en la misa de las diez el día 15. En el momento de la comunión ver como se acerca la gente a recibir el cuerpo de Cristo y la fraternidad de ver cómo la gente pide que se le lleve la eucaristía primero a la gente que no se podía mover o embarazadas, y después el mismo pueblo también pedía comulgar entonces fue muy bonito ver eso. También fue muy linda la celebración al acabar la misa y los cantos. Fue algo fantástico», comenta el seminarista Héctor Islas.
«Lo más emocionante para mí fue un momento en la misa principal cuando La Virgen es traída por un mecanismo en donde ella va descendiendo sobre el altar. Ante su imagen se habían lanzado listones larguísimos que abarcaban toda la plaza, en donde miles de personas, más de 200.000 que estábamos reunidas, pudimos con nuestras manos tocar esta cinta que estaba ligada al manto de la Virgen del Carmen, de la Chinita, y plasmar ahí nuestras intenciones», relata Rodrigo Fernández.
«Ese sentimiento de un símbolo que evoca totalmente la cercanía de la Virgen: la certeza de su presencia, de su amor y cariño materno. De la aceptación de toda la humanidad, de cada una de las personas que estábamos ahí, de lo bueno y de lo malo, saber que ella te acompaña, que es aliada. Fue mucho más fuerte que la homilía del obispo. Ahí uno se da cuenta que las palabras sobran cuando hay tantos símbolos hermosos que transmiten una verdad del pueblo», añade el seminarista.
La organización del evento es un esfuerzo conjunto entre el rector, el padre Eduardo Parral, la municipalidad de Pozo Almonte, y más de 300 voluntarios. Una vez terminada la fiesta, la preparación para la siguiente comienza de inmediato.
Además, el Museo de La Tirana ofrece a los visitantes una visión detallada de la historia y la armoniosa síntesis entre la cultura andina y la fe cristiana, una tradición que sigue viva hasta hoy.
Para Rodrigo Fernández vivir esta tradicional fiesta ha sido un regalo. «Estamos muy contentos y agradecidos de poderlo haber experimentado: la belleza de de esta tierra, la belleza de Chile, es la fe de su gente. Es un gran signo, como lo es el desierto, como lo es la belleza de los salares y de toda la belleza del norte grande. Porque es una fe sencilla que se muestra y no trata de defenderse ni explicarse, ni hace abstracciones complicadas, simplemente se muestra en su totalidad y en su belleza».
La celebración de La Tirana 2024 fue, sin duda, una fiesta de fe popular que reafirmó la devoción y gratitud del pueblo hacia la Virgen del Carmen.